Recordando a Atenas.

Septiembre 2013.- Redaccion.- Atenas es hoy el centro del mundo. Por lo menos del mundo que quisiéramos tener. Uno en el que hay una tregua de casi tres semanas que si no se da en todos lados, dado que los altos al fuego son imposibles de darse en ciertos puntos de la Tierra, por lo menos ayuda a sanar un poco la mente.

Hay diferencias respecto a los primeros Juegos de la Antigua Grecia. Esos duraban un día. Y posteriormente se fueron ampliando en disciplinas, pueblos griegos participantes y recompensas a los ganadores.

Hoy son una industria de miles de millones de dólares a la que asistirán más de diez mil atletas, 5,500 oficiales, 21,500 periodistas y más de 70,000 elementos de seguridad entre las fuerzas contratadas por el Comité Organizador y el apoyo de la OTAN y del gobierno de Estados Unidos. Es decir, que por cada deportista hay siete especialistas en la seguridad. Eso sucede porque Atenas, blanco ideal para atentados, tiene que hacer válida esa tregua que representa.

El gigantismo de los Juegos Olímpicos se da en buena medida porque a partir de Munich en 1972, perdieron la inocencia con el atentado terrorista de Septiembre Negro a los atletas Israelíes en la villa olímpica. Estaba naciendo esa parte espantosa del mundo que hoy vivimos en los deportes. De ahí a la fecha, se han acumulado 170 actos terroristas en el mundo ligados a un evento deportivo. Son demasiados. Atenas está en guardia con un presupuesto seis veces más grande que el de Sydney para tales efectos.

El ser humano va a Atenas a buscar historias para creer de nuevo. Va a cazar sin armas a esos atletas cuyas vidas tienen sentido entre otras cosas porque son triunfadores, o porque lo intentan ser. Porque se habrán sobrepuesto a mil obstáculos para estar ahí. Por que por cada uno de los diez mil atletas participantes, habrá varios miles que hubieran dado la vida por estar ahí.

Pero el Olimpo es para los elegidos. Los Juegos sirven para volver a los más elementales principios de la competencia. Así como en la vida, ganan los mejores. Los más débiles serán los últimos. Y cada pueblo tiene esperanzas cifradas en sus representantes; en sus aspirantes a triunfadores.

En el avión que lleva a Atenas vamos todos cargados de buenas intenciones pero también con los ojos muy abiertos porque los Juegos son mucho más que la distancia recorrida en menor tiempo, el salto logrado con mayor maestría o las coronas de oliva sobre la cabeza de los ganadores. Son el contraste de lo grande y lo perverso que puede llegar a ser el hombre. Es la gran maquinaria que necesita proteger a quienes con una medalla de oro pueden cambiar su vida o a los grises que también tienen derecho a intentarlo. 

Atenas es un viaje en honor de quien nos lee. Es un viaje a nombre de ellos para hacerles sentir que están ahí. Como en cuaderno nuevo, a Atenas se viaja lleno de ilusión. Y vamos buscando encontrar en ellos un motivo más. La confirmación de que el ser humano tiene rasgos que hacen que lo bueno siga siendo siempre mucho más que lo malo. Con nombres y apellidos. Con tiempos y marcas. Con oro, plata y bronce. Pero siempre a nombre de la esperanza.



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